MARINA SOBRINO
martes, 22 de mayo de 2012
Y cuando vuelva a Marruecos en primavera
Aún noto la arena rozando mis pies, esa arena suave y de un color muy intenso, esa arena que formaba las dunas del desierto marroquí. Era una sensación increíble ver el mar de arena ante ti, tan grande, tan inmenso y casi interminable. Un país diferente. Así es exactamente como definiría Marruecos, diferente. Aunque me pareció sorprendentemente cierto esas personas que solemos ver en las noticias, en periódicos, en la radio, son una realidad que yo no la veía del todo clara y ni del todo verdadera, la pude ver al caminar por cada calle de allí. Es tan abrumante ver a miles de personas sin tener que comer cada día, ni donde dormir, ni si quiera donde aprender. Me costaba tanto pensar que estaba allí y no podía hacer nada para evitar esa pobreza. Ese maravilloso colegio en Khamblia, esos maravillosos niños, gracias a ellos hicieron cambiar mi perspectiva del mundo, si, del mundo, fue como un camino a la realidad, realmente me di cuenta de todo lo que nosotros tenemos y de todo lo que ellos no tienen. Fue el momento de nuestra bienvenida, fue el momento de felicidad con la que venían hacia ti los pequeños y sin darte cuenta, te agarraban con sus manitas, fue el momento de jugar con ellos y verlos disfrutar, fue el momento de relación entre personas de diferentes culturas, fue el momento de darle tus cosas al ver que ellos no tenían ni la ropa adecuada, fue el momento de despedirse de ellos y de poder ver en sus ojos que cada uno de ellos seguramente se merece mucho más que eso, más que lo que me merezco yo, más de lo que se merecería nadie, porque no nos podemos ni imaginar como viven así, y es que, aún así, aún conociendo sus condiciones, ellos no necesitan nada más, ellos son felices con tener alguien que les haga caso, la felicidad es solo para quien la sabe apreciar, por que no es más rico el que más tiene, sino el que menos necesita.
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