lunes, 21 de mayo de 2012

En el fondo ...


Recuerdo una sensación. La sensación de relax total, de despreocupación. Una sensación que sólo he experimentado completamente debajo del agua.
Desde pequeña el mar me ha fascinado, pero desde mi primera inmersión pasé de conectar con él a sentirme parte de él. Me he sacado el titulo PADI para bucear.
Olvidando lo agobiante que puede parecer al principio no poder subir a respirar, la única preocupación es no agotar el aire, para que dure lo más posible.
Lo primero es encontrar lo que se llama: flotabilidad neutra, (sí, para sacarme el titulo he tenido que hacer un examen teórico) y consiste en inflar tu chaleco o BCD (Bouyancy Control Devise) hasta que encuentres esa estabilidad. Se trata de no anclarse en el fondo, pero tampoco de irse flotando a la superficie. Pero dejando a un lado las cuestiones técnicas me centraré en lo que a mí más me importa.
Al principio iba con demasiadas precauciones, no por miedo a los peces, sino por miedo a asustarlos o dañarlos, pero cuando tienes un mayor control de tu cuerpo y flotabilidad, lo más divertido es jugar con ellos, asustarlos, mover el agua para que los pequeños bichitos que hay en las rocas se escondan. Y lo que se supone prohibido: TOCAR. Pero no puedo evitarlo, sé que está mal, pero me vencen las ganas.
Necesité tocar aquella estrella de mar azul, y aquella planta que por cierto pinchaba, y aquella roca repleta de algas como burbujas resbalosas y viscosas. Me metí en medio de un banco de peces, cogí un pez globo que se infló como una pelota. El pobre, al quedar inflado luchaba desesperadamente para no ascdender hacia la superficie.
Hay una mirada que recuerdo nítidamente, fue la de aquel pez. Sí, sí, puede parecer raro, pero mientras mi padre le indicaba al monitor cuánto le quedaba de aire yo me quedé mirándolo fijamente mientras él hacía lo mismo.
¡Aquel sitio me atrajo tanto! Durante todo el viaje me había sentido como una extranjera, en parte porque lo era, y en parte, porque todos los nativos me miraban como un espécimen diferente. Pero en el agua no, allí me sentía como si fuera un pez más, ¡como una sirenita!
 Aquel sitio mágico Palawan, en Filipinas.

CRISTINA RAMÍREZ DE ARELLANO

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